Jesús Hernández
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Cuando hablamos de atrocidades de la Segunda Guerra Mundial, acuden a nuestra cabeza los nombres de Auschwitz, Sobibor o Treblinka, en donde aquella conflagración que segó la vida de millones de personas inocentes se mostraría en todo su espeluznante horror. También provoca escalofríos conocer los detalles de lo ocurrido en Hiroshima o Nagasaki, cuando la humanidad se enfrentó por primera vez al apocalipsis atómico. Pero, desgraciadamente, son muchos más los nombres escritos con sangre en la historia del conflicto de 1939-1945... A través de estas páginas, el lector podrá conocer el sangriento prólogo que tuvo lugar en 1937 en la ciudad china de Nanking, como pavoroso adelanto de lo que estaba por llegar. También descubrirá tragedias como la deportación de miles civiles polacos a Siberia, o la brutal limpieza étnica que se desarrolló en la región de Volinia, hechos que suelen ser pasados por alto por los historiadores del conflicto.Por el contrario, a los campos de exterminio nazis se les ha dedicado una gran atención, pero no tanto a las sistemáticas matanzas cometidas por los Einsatzgruppen en el frente oriental. La más representativa, la perpetrada en el tristemente célebre barranco de Babi Yar, es aquí descrita como si de una crónica periodística se tratase, para situar al lector en medio de aquel horror. También es bien conocido el nombre de Katyn, el bosque en el que los soviéticos asesinaron a sangre fría a miles de prisioneros polacos, pero no tanto las historias personales ligadas a aquella masacre, incluyendo alguna que ve por primera vez la luz en esta obra. Los soviéticos cometieron otros asesinatos masivos, como el que tuvo como escenario la aldea chechena de Khaibakh, el capítulo más terrible de la política de deportación de civiles pertenecientes a minorías étnicas emprendida por Stalin. Pero no sólo alemanes y soviéticos recurrieron a la violencia indiscriminada contra la población civil. Los aliados occidentales no pueden presentar un expediente impoluto en este terreno. A la campaña de bombardeos sobre las ciudades germanas, tan encarnizada como inefectiva –descrita en estas páginas en toda su insoportable realidad-, le costaría encontrar una justificación, dejando aparte las matanzas puntuales de prisioneros de guerra y civiles italianos cometidas por soldados norteamericanos en Sicilia, sobre las que se extendería un manto de silencio. Todos estos crímenes de guerra, y otros más, conforman el panorama del horror sin precedentes que supuso la Segunda Guerra Mundial, mostrando los límites a los que puede llegar el género humano cuando se entrecruzan el fanatismo, la crueldad, el odio, y, en la mayoría de casos, la impunidad.